Jan Nicolaas Kind - Brasil
Hace muchas lunas, debió ser en el verano de 1968, cuando todavía vivía en Amsterdam, que, por primera vez en mi vida, me dijeron que existía algo llamado Teosofía. El hombre que tuvo la bondad de abrirme esa puerta era un famoso músico judío de edad avanzada que había sobrevivido milagrosamente a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Me fascinaba oirle hablar de las leyes de causa y efecto, del karma, de la reencarnación, de los mundos visibles e invisibles, de la tolerancia y la compasión, de la libertad de pensamiento y de cómo la música crea unas energías que influyen en la mente de la gente y en su entorno.
Recuerdo vivamente aquellos paseos por el parque de la capital de Los Países Bajos. En cuanto nos sentábamos en un banco, empezaba a hablarme de su larga e interesante vida como violinista y director de orquesta, de los artistas y compositores que había conocido, de sus años en París, de los amores de su vida y... de la Teosofía.
Entonces, en los coloridos y alegres años sesenta, yo tenía la cabeza llena de Jim Morrison, Jimi Hendrix, y de Iron Butterfly. Estaba seguro de que iba a cambiar el mundo. Bob Dylan era mi héroe, la guerra en Vietnam era horrible, Woodstock todavía se estaba fraguando, y por la noche me sentaba con otros estudiantes amigos míos, tratando de entender lo que Jean Paul Sartre quiso decir cuando escribió que los humanos están condenados a ser libres. Además de todo esto, ese señor mayor me hablaba de la Teosofía.
Yo no era consciente de que existiera algo como la Sociedad Teosófica, pero intrigado por sus historias, un día le pregunté si él se había reunido alguna vez con algún grupo o círculo de gente interesada por la Teosofía. Su respuesta fue significativa; nunca había considerado afiliarse a ninguna Sociedad Teosófica porque para él, la Teosofía era maravillosa, había sido un faro de luz toda su vida y le había ayudado a sobrevivir durante los años de la guerra, pero había que tener mucho cuidado con los teósofos. Cuando pregunté por qué había que ser tan cauto con ellos, me dijo que, aunque la fraternidad era su primer objetivo, había tanta disonancia entre ellos que, como violinista clásico que era, no podía participar en lo que él llamaba “la cacofonía de Karlheinz Stockhausen.” (Stockhausen era un compositor alemán moderno y polémico conocido por usar una técnica de doce tonos, a menudo agresiva para el oído del oyente.)
Tardé más de veintiséis años en ingresar en una Sociedad Teosófica. Las palabras de mi viejo amigo judío por lo visto se me habían quedado grabadas en la memoria y mi fascinación por la Teosofía seguía allí. A partir del 17 de noviembre de 1994, como miembro de la ST de Adyar (mucho más tarde me afilié a todas las Sociedades existentes), fui testigo de todo el bien pero también del mal ocasionado por los miembros activos de las Sociedades.
Está claro que algunas personas viven mucho en el pasado o sólo se sienten inspirados por los numerosos conflictos que ocurrieron en el pasado. En un artículo anterior, me refería a esto como a un "secuestro" de un conflicto, haciéndolo propio. Aunque hay buena gente que intenta con tesón cumplir con lo que la fraternidad implica, parece que hay un pequeño grupo aislado que acusa continuamente a otros teósofos que no comulgan con su causa, de ser una panda de ingenuos. Su "parloteo" contradictorio y pseudointelectual es muy aburrido, porque se refieren muchas veces a acontecimientos históricos y los malinterpretan, y las personas a las que condenan siempre son las mismas. Presentándose como gurúes necesitados de seguidores, sus comentarios son prepotentes, repetitivos, nada inspiradores ni constructivos, y en absoluto tienen que ver con lo que se supone que representa la teosofía.
bla bla
Algunos amigos me envían a veces enlaces de internet en los que aparecen esas disputas, pero yo ya no puedo seguir leyendo esas tristes epístolas. No subestimo la importancia de las discusiones en el ciberespacio, pero es evidente que hay personas que, con sus previsibles correos, han jurado simplemente no cejar nunca en su cruzada contra los que consideran errados y tontos. De acuerdo, pues, la Ley siempre funciona, así que ya veremos.
No entiendo por qué algunos teósofos (¿lo son?) se centran constantemente en el ego personal de otros teósofos destacados del pasado, sobre todo cuando esa misma gente afirma estar intentando suprimir el ego personal. No podemos conocer toda la verdad sobre Besant, Judge, Olcott, o incluso la mismísima H. P. B. Las acusaciones contra alguno de ellos o contra todos adoptan la categoría de chisme, uno de los "pecados" más condenados por H .P. B. Si queremos seguir a H. P. B., dejemos de chismorrear sobre el pasado y vivamos HOY la teosofía como hermanas y hermanos, independientemente de lo que creamos.
Puede que decepcione a mis respetados lectores, y por eso pido perdón de antemano, pero nunca he conocido personalmente a Annie Besant, William Judge, Henry Olcott, o Katherine Tingley, sin mencionar a Helena Blavatsky. ¡Ojalá hubiera podido! Lo que sé de ellos, lo sé por lo que he leído en los libros y por lo que los historiadores nos han contado. Así que cuando leí la historia del movimiento Teosófico moderno, estaba leyendo la historia de unas mujeres y unos hombres que, a su manera, trataron de elevar nuestro problemático mundo. En ese proceso, y por el camino, algunas cosas fueron bien, pero también se cometieron dolorosos errores; hubo luz, pero también oscuridad, hubo bueno y hubo malo. ¿No os suena familiar todo esto?
Respeto a aquellos viejos pioneros que dedicaron su vida a la causa, pero ahora nos toca a nosotros crear el futuro y no podemos crear un mañana mirando hacia atrás constantemente, señalando con el dedo, acusando a otros, difamando a gente buena y proclamando nuestra propia y limitada verdad.
Podemos aprender del pasado, pero no deberíamos juzgar nuca; en cambio podemos tratar de hacerlo todo mejor y, si no lo conseguimos, volverlo a intentar.
Sigamos buscando, ante todo: la Teosofía no consiste en decirle a otros teósofos que están equivocados. La teosofía consiste en servir a la humanidad, ahora y mañana, en el futuro; concentrémonos en eso. Acabemos con la cacofonía, convirtiéndola en la sinfonía que necesita el mundo tan desesperadamente.
De La Voz del Silencio: La “Doctrina del Ojo” es para el público, la “Doctrina del Corazón,” para los elegidos. Los primeros repiten con orgullo: “Mira, yo lo sé,” los últimos, que han recogido humildemente, confiesan en voz baja “lo he oído.”
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http://www.theosophyforward.com/index.php/the-society/828-editorial.html