Jan Nicolaas Kind – Brasil
[Este editorial es el resumen de una conferencia que se dio en la apertura de la ITC de 2017, celebrada en Filadelfia del 10 al 13 de agosto]
Uno de los tres fundadores principales de la ST, William Quan Judge, en un momento dado y refiriéndose a una discusión que tuvo con HPB en Londres, recordó lo que ella, en su forma ingenua habitual, le había dicho respecto al núcleo:
“A usted no se le designó para fundar y realizar una Fraternidad Universal, sino para formar su núcleo; ya que sólo cuando se forma el núcleo, comienzan las acumulaciones que acabarán, aunque sea en un futuro remoto, por formar esa organización que tenemos en mente”. [De: Suyo hasta la Muerte y después, HPB - Reimpreso en la revista Sunrise, agosto/septiembre de 1985].
Muchas mujeres y hombres sabios han escrito extensamente sobre la Fraternidad y su Núcleo, por lo tanto, ¿qué se puede añadir?
Los teósofos de distintas tradiciones se encuentran regularmente en las Conferencias Teosóficas Internacionales. Obviamente sus trayectorias son distintas, Teosóficamente hablando, incluso muy distintas, y aunque nos consideremos Teósofos, desde hace unos 122 años hacemos méritos para actuar entre nosotros de una forma que no se esperaría de personas que aparentemente son librepensadores y tolerantes y que afirman aspirar a la Fraternidad.
Aunque a veces el camino sea abrupto, podemos estar de acuerdo todos en que la Fraternidad existe, siendo un hecho en la naturaleza, y en ese sentido siempre ha existido y siempre permanecerá. Pero si hablamos de la realización de la fraternidad, ya es otra cuestión. En este contexto, Joy Mills, el icono de Adyar, solía decir que nos habíamos perdido, que habíamos dejado nuestro “hogar” y que ya era hora de volver a él, pero para hacerlo necesitábamos sanar y mirarnos a nosotros mismos con seriedad.
Para volver a casa, para curarnos y para volver a estar completos en el sentido más amplio, tenemos que ser conscientes del Yo, y ese es el primer paso hacia una conciencia más grande de la dimensión divina de uno mismo y de la vida. Se trata de saber quién somos realmente, no lo que otros nos puedan decir sobre qué deberíamos ser. Para llegar a conocer nuestro Yo transcendental y espiritual, debemos comenzar a percibir las obstrucciones de la personalidad. Reconocemos nuestros hábitos y reacciones emocionales, nuestros prejuicios, miedos, o mejor dicho, los modelos psicológicos que en gran parte gobiernan nuestra manera de manejar las situaciones y nuestros sentimientos.
Estos modelos no son necesariamente dañinos o malos, pero debemos descubrir los que representan obstrucciones para nosotros espiritualmente. Porque si no lo hacemos, nos pueden cegar a otras posibilidades más libres para vivir de forma más espontánea en el momento y pueden distorsionar nuestra manera de vernos a nosotros mismos, a nuestra vida y a los demás. A medida que dejan de dominarnos los modelos habituales, podemos aprender a vivir cada vez más desde un punto de vista más elevado y nuestros problemas y diferencias serán menos urgentes y veremos nuestra vida y a los demás buscadores de una forma amplia, equilibrada y madura.
Un sistema de conocimiento o un sistema de pensamiento no es absoluto por definición. Tenemos que observar e investigar todo lo que se nos transmite, explorarlo y verificarlo, pero al final, hemos de decidir por nosotros lo que nos incumbe, sin obedecer a la autoridad de nadie más. Por eso la LIBERTAD DEL PRINCIPIO DEL PENSAMIENTO, tan claramente formulada en una resolución de la ST de Adyar en 1924, nos da las herramientas para seguir siendo siempre buscadores de la Verdad, sin proclamarla nunca.
Estar activo en cualquier célula o grupo teosófico exige responsabilidad, el compromiso del servicio no se puede tomar a la ligera. Si realmente queremos ayudar a este mundo tan terriblemente fragmentado, si verdaderamente queremos ser una fuerza sanadora, resulta claro que estudiar la Teosofía solamente dista mucho de ser suficiente. Los estudios teosóficos se suelen considerar como ejercicios puramente intelectuales. Esos estudios, sin embargo, deberían proporcionarnos un camino hacia unos instrumentos y unas prácticas que nos hagan colaborar en el mundo de nuestro entorno, haciendo conscientes a los demás del hecho de que existe una Sabiduría Divina tan antigua como el planeta.
Si la Fraternidad es un hecho, ¿cómo se puede llegar a ese núcleo?
Sólo se puede lograr saliendo al mundo, dando ejemplos prácticos y haciendo de la Teosofía una fuerza viva en nuestra propia vida.
En su libro Regeneración humana Radha Burnier, la anterior presidenta Internacional de la ST de Adyar, declaró: “Los teósofos no buscan la sabiduría para sí mismos sino para el mundo en el que viven, y cuanto mayor sea su dedicación más podrán contribuir a la regeneración de la humanidad, y cuanto más ardientemente procuren comprenderse a sí mismos y al mundo, más capaces serán de penetrar en el secreto de la vida”.
Si en 1875 hubo una buena razón para que los Maestros permitieran que nuestro vehículo se pusiera en marcha, y para dar a conocer mediante su canal de H.P.B. que existe algo llamado Teosofía, aunque no todos ellos tuvieran el mismo entusiasmo, nos podemos preguntar seriamente si la Teosofía sigue siendo relevante en nuestros días. Pero vamos antes a estudiar ese año, el 1875, cuando el mundo había tomado una dirección materialista y la humanidad erróneamente creía conocer todo lo conocible. Fue unas décadas después del fin de la revolución industrial cuando empezaron a funcionar los primeros trenes. Alexander Graham Bell patentó el teléfono en 1876, Thomas Edison inventó el fonógrafo de papel de estaño en 1877, Charles Parson patentó la primera turbina de vapor en 1884 y en 1887 Emile Berliner inventó el gramófono. Asimismo, la mayor parte de los sistemas financieros, sociales y políticos que vemos en 2017 encontraron su origen en esa misma época: socialismo, comunismo, liberalismo, conservadurismo, capitalismo, fundamentalismo y todos aquellos otros “ismos”; todo eso ocurría en el mundo cuando el 17 de noviembre de 1875 se fundó la ST en Nueva York.
Llevamos, pues, 142 años de trayecto con nuestro movimiento, que no es más que una gota diminuta dentro de la eternidad. ¿Hay una analogía con lo que pasó hacia 1875? La respuesta indudablemente es que sí porque ahora mismo están ocurriendo muchas cosas. Cuestan seguir los avances tecnológicos, todos estamos interconectados a través de las tablets, los smartphones y los ordenadores. La ciencia médica es capaz de curar muchos tipos de cáncer que hace 25 años eran incurables, podemos trasplantar corazones, hígados, pulmones; gracias a la nanotecnología podría ser posible que en un futuro cercano la quimioterapia y la radioterapia no fueran necesarias, por no hablar de las posibilidades que aparecerán con la investigación de las células madre. Enviamos satélites al espacio que viajarán más allá de nuestro sistema solar en busca de planetas parecidos a la tierra y dentro de unas décadas enviaremos personas que aterrizarán en Marte.
¿Pero realmente ha cambiado para bien el mundo, desde 1875, a pesar de todo este aparente progreso? Verdaderamente ¿hemos sido capaces de profundizar en nosotros mismos?, ¿ha demostrado la humanidad que puede abandonar todo lo personal?, ¿hemos podido suprimir el “yo”? ¿Nos ha sido posible a los terrícolas entender que, aunque pasaban todas estas cosas en 1875, el mal uso y la mala interpretación de la religión han vuelto a llevar a nuestra civilización al borde de un colapso total?
De este modo, si en 1875 los Maestros realmente tuvieron sus buenas razones para iniciar otro impulso, me atrevo a afirmar que en 2017 los motivos siguen ahí, pero ahora multiplicados por cien, porque desde la fundación de la ST se nos han presentado nuevos fenómenos tales como la avaricia corporativa, unos sistemas educativos inadecuados, una corrupción sin límites, desastres ambientales totalmente ignorados por unos cuantos que niegan obstinadamente el cambio climático, la desigualdad entre los pueblos de este planeta, las duras hambrunas y la oscura presión que las bolsas omnipotentes ejercen en nuestra vida cotidiana.
Cuando, en 1875, Henry Olcott habló durante su discurso inaugural en Nueva York, mencionó que prefería no verse como un fundador, sino como un formador de la ST, por lo tanto todos los que se consideran Teósofos podrían verse como formadores del movimiento, igual que hizo Olcott. Con esto en mente conseguiremos formar un núcleo que no sea en absoluto una élite, sino una célula que sea parte de un cuerpo más grande que consistirá en un grupo desinteresado de mujeres y hombres inspirados, motivados y activos, que acepten el desafío de unirse para preservar, vitalizar y mantener las enseñanzas accesibles a quienes lo soliciten, impulsados por una actitud de servicio altruista.
¿Cuál será, pues, nuestro siguiente paso?
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