H. P. Blavatsky
Cuando el deseo es puramente abstracto - cuando ha perdido todo rastro o matiz "de sí mismo" - entonces deviene puro.
El primer paso hacia esta pureza es eliminar el deseo hacia las cosas materiales, ya que éstas sólo pueden ser disfrutadas por la personalidad separada.
El segundo es cesar de desear para uno mismo, incluso abstracciones tales como poder, conocimiento, amor, felicidad, o fama; ya que ellas, después de todo, no son sino egoísmo.
La vida en sí misma enseña estas lecciones; ya que todos esos objetos de deseo son como fruta del Mar Muerto en el momento de su logro. Todo esto lo aprendemos por la experiencia. La percepción intuitiva reafirma la positiva verdad de que la satisfacción sólo es alcanzable en el infinito; la voluntad hace aquella convicción un hecho actual de la conciencia, hasta que al fin todo deseo está centrado en lo Eterno.
[Lucifer, volumen. I, Nº 2, octubre de 1887, p. 133]