Betty Bland - EE. UU
[Este artículo fue previamente publicado en la edición de Theosophia de junio de 2015, la revista oficial de la Sociedad Teosófica de Nueva Zelanda.]
Betty Bland es la ex presidenta de la Sociedad Teosófica de América y actualmente miembro de los consejos de administración de la Orden Teosófica de Servicio y del Theosophical Book Gift Institute. Trabajadora muy activa en la Sociedad desde su ingreso en 1970, su interés sigue siendo la aplicación práctica de los principios Teosóficos
¿Por qué nos fascinan tanto las experiencias cercanas a la muerte (ECM)? Está claro que son una curiosidad y algo que va más allá de la experiencia normal, pero parece ser algo más que eso. Las experiencias extra corporales, las premoniciones y otras experiencias psíquicas, son numerosas pero no alcanzan a tener la notoriedad de las ECM. No existen tantos libros de éxito ni se dan tantos ciclos de conferencias sobre esos otros tipos de fenómenos. Sin embargo, parece que la muerte sí que nos llama la atención, puesto que todos vamos en esa dirección. Además, aunque los informes de las ECM varían tanto en sus detalles que no podemos hacernos una imagen clara, la ECM realmente nos proporciona unas claves importantes para las preguntas básicas de la vida. ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es mi objetivo? ¿Estoy condenado por los errores del pasado? ¿He perdido definitivamente a mis seres queridos?
Nuestra relación con la muerte nos define el sentido de la vida. Si no hay una existencia más allá de la tumba, entonces estamos más tentados a “comer, beber, y ser felices”. Pero si nuestra conciencia continua existiendo sin el cuerpo físico, podemos encontrarnos ante importantes consecuencias más allá de esta estancia terrenal. Las tradiciones religiosas nos pueden prometer cualquier cosa, desde un viaje al paraíso del cielo, hasta vernos arrojados a las tinieblas del infierno para toda la eternidad. Las implicaciones de nuestro deceso pueden elevarnos hasta las alturas o abocarnos a la desesperación.
En la tradición budista, prepararse para el momento de la muerte es una práctica importante. Durante un período de tiempo, el practicante visualiza su muerte con todos los detalles – el funeral, el deterioro, la impermanencia. Si bien nos puede sonar como algo morboso para nuestros oídos occidentales, este ejercicio puede contribuir en gran manera a tambalear los cimientos del ego, que es tan codicioso y ansioso. De ese modo, se crea una apertura en la psique para tener una vida más llena y más feliz, con menos apegos imperiosos.
El reconocimiento de una conciencia más allá del cuerpo físico puede proporcionarnos cierto onsuelo e incluso cierta esperanza. Ese reconocimiento puede ser el resultado de una ECM como la que tuve en unas prácticas intensivas de meditación, o incluso una realización inusual y espontánea. Teóricamente, sabemos que somos algo más que este cuerpo pero, igual que ocurre con muchos conceptos intelectuales, no acaba necesariamente por penetrar en nuestras convicciones internas. Se podría comparar con las sensaciones que me produce la práctica del puenting. Veo fotos de mucha gente practicándolo y me doy cuenta de que el mecanismo del resorte parece seguro, pero no estoy dispuesta a confiar en ello; para mí sigue siendo una teoría que no afecta a mi centro interior. No voy a cambiar mis actos sólo porque crea que puede estar bien. No voy a atarme con una correa a ese arnés y saltar por el borde del precipicio.
En nuestros mundos internos, probablemente el precipicio por el que somos reacios a saltar sea el abandono de nuestros esquemas mentales. Son los moldes o vibraciones que componen nuestro ego personal, con todos sus condicionamientos, miedos y apegos. En los Yoga Sutras, Patanjali dice que para empezar el yoga, hemos de esforzarnos por aquietar esas vibraciones de deseo y ansiedad, por ejemplo, para poder conectar con otras energías más beneficiosas y armoniosas.
Cualquiera que sea el medio por el que se obtenga, la certeza absoluta de nuestra existencia más allá de esta dimensión producirá un impacto importante en nuestra visión del mundo. Sabremos entonces, a ciencia cierta, que somos algo más que el cuerpo. Sin embargo, las ECM van más allá. El valor particular de las ECM consiste en que la gran mayoría de experiencias están imbuidas de una atmósfera amorosa entre seres compasivos, con la garantía de que no condenaran las malas acciones y un sentido de finalidad con una misión altruista. Cuando se tienen estas experiencias, las prioridades se invierten. Se aminora lo que podía haber parecido importante en el reino físico, mientras que los valores espirituales aumentan su significado. Aunque la personalidad inferior siga estando presente, la conciencia se expande para incluir una interconexión con todo, un sentido de responsabilidad del sendero que se está hollando, una perspectiva más amplia del tiempo y un optimismo amable y paciente.
¿Qué mejor regalo se puede recibir que el conocimiento de nuestra participación integral en el gran Todo? Esta toma de conciencia nos transmite un sentimiento de conexión, amor, compasión o como uno quiera llamarle. La inspiración resultante y el gozoso reconocimiento del valor que tiene la vida nos conducen de forma natural hacia el altruismo en todas sus formas. En el reconocimiento de nuestra conexión con el todo reside un sentimiento de misión o peregrinaje. Una vez que se ha experimentado algún vislumbre del esplendor del alma, nos sentimos atraídos hacia esa luz. Ya suponemos que el viaje puede ser arduo, pero el alma se complace cada vez más, a medida que se van resolviendo las dificultades, algo similar al placer que siente el atleta cuando desarrolla su fortaleza y habilidades.
Con estos esfuerzos se desarrolla a la vez un sentido del tiempo más amplio. A medida que se recorre el sendero, las vistas son más amplias. El objetivo es tan lejano que puede parecer imposible de alcanzar; sin embargo, la alegría de participar en el gran plan nos hace avanzar. Aparece una paradoja cuando cada detalle es de suma importancia, pero a la vez todo debe tomarse con ligereza porque nada es realmente importante en este momento. Tenemos la sensación de que pasamos por esta aula de aprendizaje de la vida pero que dispondremos de otras oportunidades para corregir los errores y completar las tareas. A partir de lo que podríamos llamar la ‘Regla de los 100 años’ muchas dificultades se desvanecen por insignificantes. El hecho de visionar cualquier crisis a través de una supuesta lente del tiempo de 100 años en el futuro proporciona una perspectiva más amplia.
Estos efectos de la ECM son paralelos a las Tres Proposiciones Fundamentales expuestas en la Doctrina Secreta por Madame Blavatsky; 1) unidad inteligente e interconectada; 2) enormes ciclos de tiempo; y 3) peregrinación individual y auto responsabilidad. La universalidad de esos principios es impresionante, tanto si derivan de las enseñanzas de los antiguos misterios, tal como se indica en la Doctrina Secreta, o de los actuales encuentros con la cercana muerte. Cada fuente confirma la otra y nos proporciona señales esperanzadoras en el camino. Dicha confirmación debería darnos al menos esperanza, tal como se dice en 1 a los Corintios: “Devorada ha sido la muerte en victoria” y el sepulcro ya no tiene su aguijón. Con una plena comprensión podemos disipar los miedos a la muerte, aunque debo reconocer, como dijo una vez Woody Allen, que “No me importa morir, sólo que no quiero estar allí cuando suceda”. Sin embargo, los numerosos informes de las ECM nos aseguran que dejaremos atrás el dolor para pasar a una gloria que vale mucho la pena.
Las historias de las experiencias cercanas a la muerte son un regalo para todos nosotros. Nos animan a pensar que vivimos en un universo benevolente, lleno de compasión y propósito. Por otra parte, la contemplación de la muerte nos impulsa a dejar de lado algunas de nuestras pequeñas preocupaciones personales, es decir, a morir para el yo, afín de poder experimentar la vida más plenamente en toda su abundancia.
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http://www.theosophyforward.com/articles/theosophy/1576-death-brings-life-into-focus