Por G. Baseden Butt - Reino Unido
[The Theosophist, octubre de 1925]
Las verdades de la Teosofía se van confirmando continuamente desde puntos inesperados. Uno de estos casos es el del vidente y místico sueco Emmanuel Swedenborg. Swedenborg murió en 1772 a la edad de ochenta y cuatro años, y la mayor parte de sus obras religiosas las escribió en los últimos veinte o treinta años de su vida. Toda su teología está centrada en Cristo y no tenemos indicación alguna de que haya prestado siquiera una atención superficial a la idea de la reencarnación.
Emmanuel Swedenborg
Pero a pesar de estas limitaciones Swedenborg anticipa varias doctrinas que encontramos en la Teosofía y también, por supuesto, en el espiritismo moderno. Hace el anuncio, que debió ser revolucionario por aquél entonces, de que el hombre, después de la muerte, sigue llevando una vida similar a la que ya llevaba en el mundo, es decir que su pensamiento, su carácter, personalidad y gustos no cambian. Swedenborg habla del plano astral como del “mundo de los espíritus” y los planos mentales inferior y superior son, sin duda, sus cielos "celestial" y "espiritual". En el primero moran los ángeles orientados principalmente a la bondad, y en el segundo los ángeles orientados principalmente al amor a la verdad.
Aunque Swedenborg creyera en un infierno eterno, nunca admitió un cielo que dependiera de la afiliación a una secta en particular o a unas determinadas opiniones, pero sí dependiente únicamente de la predisposición a la bondad y a la verdad. Los paganos, los idólatras, los adoradores de imágenes, incluso los católico-romanos, cuyo sistema de religión desaprobaba cordialmente, son admitidos libremente en el cielo de Swedenborg. Incluso algunos de los que se hallan en los infiernos no carecen de esperanza, porque distingue entre la condenación irrevocable y el estado de “vastación” o sueño semiconsciente, durante el cual desaparecen las malas disposiciones y las opiniones corruptas. Swedenborg escribe (Arcana Coelestia, párrafo. 6493): “Cuando estuve allí [en el infierno], oí lamentos desgarradores y, entre ellos, este grito, ‘¡Oh, Dios!, ¡Oh, Dios!, ten piedad de nosotros, ten piedad de nosotros”, durante mucho tiempo. Me fue concedido dialogar con esos seres desgraciados durante algún tiempo. Se quejaban principalmente de los espíritus malignos que ardían con un único y continuo deseo de atormentarlos; y estaban desesperados, creyendo que sus tormentos serían eternos; pero se me permitió consolarlos.”
Aunque Swedenborg no dice nada de la reencarnación, observa que en el planeta Venus mora una raza de gigantes brutos y salvajes, encantados de rapiñar y, sobre todo, de devorar su botín. Aunque Swedenborg no lo dice, toda la raza, según la teología del vidente, debe estar destinada a la condena eterna. Admite, por implicaciones, la doctrina del karma, cuando afirma que no ocurre nada por casualidad y que cada detalle de la existencia, hasta el acontecimiento más trivial y aparentemente accidental, está determinado por la ley.
Parece haber visto el aura con frecuencia, y la describe en sus obras Cielo e Infierno y Amor y Sabiduría Divinos como una esfera o zona coloreada, en algunos casos “con centelleos de fuego infernal,” y en otros con matices opalescentes y de arco-iris. Escribe (Arcana Coelestia, volumen 2, párrafo. 6493): “Viven en una aura de luz, con un lustre que podría llamarse de nácar brillante y a veces diamantino; porque en la otra vida hay auras maravillosas de inmensa variedad”. Además, estaba familiarizado con las formas de pensamiento (ídem): “A veces aparece en el mundo de los espíritus un discurso de los ángeles, que es, ante la visión interna, como una vibración de luz o llama resplandeciente, que varía según el estado de sus afectos y su discurso.”
Al parecer tuvo algunos vislumbres ocasionales de los registros akásicos, porque adquirió fragmentos de la historia oculta que concuerdan con las revelaciones que encontramos en la Doctrina Secreta, de Madame Blavatsky y en El Hombre: De dónde, Cómo y Hacia Dónde, de Annie Besant y C. W. Leadbeater. Insiste continuamente en afirmar que los hombres de la iglesia 'Antigua' o Antediluviana tenían una "respiración" interna, a través de la cual se unían con los ángeles, y podían ver y dialogar con los espíritus, lo cual, por supuesto, era realmente así en el caso de los Lemurianos. En el libro Las Tierras del Universo, leemos:“ Los ángeles podían entonces dialogar con los hombres y trasladar su mente, casi separada de las cosas corpóreas, al cielo, sí, podían conducirles por las sociedades celestiales y mostrarles las cosas magníficas y benditas que allí abundan, además de comunicarles su felicidad y sus deleites. Esa época también era conocida por los escritores antiguos, que la definieron como la edad de oro y también la edad Saturniana. … Cuando el estado del mundo cambió [hacia la maldad] el cielo se apartó de los hombres, y haciéndolo cada vez más hasta al presente, cuando la misma existencia de cielo e infierno es desconocida y negada por algunos.”
Según Swedenborg y otros psíquicos como la Vidente de Prevorst [Frederika Hauffe (1801-1829)], existía una lengua primitiva que es el lenguaje verdadero y natural del hombre y mediante ella se establecía la conexión con el “mundo de los espíritus”. Según Swedenborg, esta era una lengua que fluía de una mente a otra, en vez de hacerlo de una boca a otra. Era “tácita, más que sonora,” y sigue siendo el lenguaje de los ángeles. Va fluyendo de uno a otro “entrando en su percepción” con una sutileza exquisita y una viveza intensa. Por este medio, los espíritus que están siempre presentes con el hombre influyen en su pensamiento y acción; con ella también se produce la inspiración y, en algunos casos de mediumnidad, la obsesión. Swedenborg era intransigente con toda práctica corriente de mediumnidad, aunque testimoniara su realidad. (Arcana Coelestia, párrafo. 5862): “El Señor ha abierto mi interior para ver las cosas de la otra vida; por ello los espíritus han sabido que yo era un hombre en el cuerpo, y se les ha concedido el poder de ver, a través de mis ojos, las cosas del mundo, y de oír a las personas que hablan en mi presencia.”
Las obras de Swedenborg que están verdaderamente más en armonía con la Teosofía son La Sabiduría Angélica Acerca Del Amor y la Sabiduría Divinos y Tierras del Universo. En ellas, su pensamiento está menos afectado por dogmas preconcebidos y fantasías basadas en ello. Combina una recopilación de sus observaciones “en el espíritu” con especulaciones profundas en cuanto a su sentido. Y en Tierras del Universo, aunque de forma bastante inconsciente, renuncia por implicación a su pretensión, frecuentemente hecha en otras partes, de infalibilidad y finalidad, admitiendo la doctrina Teosófica de que, mientras haya sinceridad y seriedad, es posible adorar a Dios bajo una forma: “Ellos [los habitantes de Júpiter] también creen que después de su fallecimiento percibirán un fuego que dará calor a sus mejillas. Esta creencia procede de esto, de que los más sabios entre ellos saben que el fuego en un sentido espiritual significa vida, y que el amor es el fuego de vida, y que los ángeles viven de este fuego. También algunos de ellos que han vivido en el amor celestial, satisfacen sus deseos aquí y perciben un calor en el rostro, y al mismo tiempo el interior de la mente se enciende con el amor.”
Además, los habitantes del primer cielo estrellado “decían que adoraban a un ángel, que les aparecía como un hombre divino, brillante y lleno de luz; él les instruía y les dejaba percibir lo que debían hacer... El ángel que adoraban era una sociedad angélica, a quien el Señor había concedido presidirles a ellos”. Por lo visto Swedenborg nunca consideró que su propia posición podía ser similar a la de los habitantes del “primer cielo estrellado” que había descrito y que él adoraba a Dios bajo una forma. Es esta limitación lo que le separa de la Teosofía verdadera, y lo que le empujó a crear otra secta. Sin embargo, a pesar de sus muchos errores y supuestos, su videncia era indudable y en sus escrituras se transmitieron al mundo numerosas y valiosas revelaciones. Es esencial, no obstante, distinguir entre sus observaciones genuinas y originales de los planos espirituales y las nociones teológicas que fue tejiendo a su alrededor.[
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